jueves, 4 de diciembre de 2008

Ecos…Una historia de amor

Ecos…
…de Pichi Huinca. (Una historia de amor)[1]

Esto que estás oyendoya no soy yo,es el eco, del eco, del ecode un sentimiento;su luz fugazalumbrando desde otro tiempo,una hoja lejana que lleva y que trae el viento.Yo, sin embargo,siento que estás aquí,desafiando las leyes del tiempoy de la distancia.Sutil, quizás,tan real como una fragancia:un brevísimo lapso de estado de gracia.
Canción Ecos de Jorge Drexler


Hacía mucho tiempo que no ejercitábamos esa linda costumbre de generar experiencias de intercambio en las escuelas hogares de nuestra provincia. O, al menos, hacía mucho tiempo que no me tocaba a mí participar en ellas.
Así es que me sorprendí de mis propias palabras cuando, por fin, el lunes 26 de mayo estábamos todos sentados en una ronda, escuchando nuestros nombres y nuestras expectativas respecto de la experiencia de pasantía en las escuelas hogar de Ojeda y Pichi Huinca que nos recibirían a la mañana siguiente.

¿Quiénes éramos todos en esa ronda? Los estudiantes del ISEF y del ISBA (Bellas Artes) de General Pico; los estudiantes del IPEF de Córdoba, los profesores de Educación Física de las escuelas anfitrionas (egresados ambos del ISEF) y los profesores del ISEF y del IPEF que acompañamos a los estudiantes en esta aventura. Pero aún no éramos todos. Lo seríamos, ahora lo sé, de regreso a Pico, después de la tarea compartida.

¿Por qué me sorprendían mis propias palabras? Porque en el breve distanciamiento de escucharme introducir frente a los presentes -ya que era nuestro primer encuentro general como grupo de pasantes- las características de esta actividad y de algún modo su historia, aparecían nombres: Jagüel del Monte, Utracán, Conhelo, Ojeda… y junto con esos nombres imágenes enredadas de paisajes de otros tiempos y otras geografías corporales. Rostros de chiquillos rebozantes de colores que, al rato, colgaban de otros rostros: jóvenes estudiantes de Educación Física (hoy profesores hombres y mujeres) en pleno campo, intentando aprender a des-velarlo y en esa apuesta, por qué no, iniciarse en el desvelo personal por ese otro mundo implicado en toda educación.[2]
Sorprendida de tanta historia andada en estos años de formación de profesores, historia signada por el deseo de conocer y conocer-se a través de las experiencias de intercambio, me disponía a renovar una promesa:
· dos escuelas hogar,
· un conjunto de estudiantes de Educación Física (entre otros que no pudieron) del profesorado donde trabajo,
· un conjunto de estudiantes de Ares Visuales del profesorado de esta ciudad (algunos de los cuales se han declarado “adoptivos” y asumo el honor),
· tres “mosqueteros” cordobeses estudiantes de Educación Física y
· un grupito de profesores y profesoras, que tal parece, nos diferenciamos por la “tonada” pero nos reconocemos parecidos, entre otras muchas señas particulares, por el gusto de los mates charlados, algunas locuras de distinto tenor, cierta tenacidad en la utopía pedagógica[3], confianza en la enseñanza y gusto por acompañar a los alumnos que se desafían en ella y persistencia en las propias ganas de moverse, salir, andar, conocer, curiosear … esas ganas que en el transcurso del tiempo nos van reuniendo por caminos y recodos
y allá vamos…..

Imágenes
Apurados, retrasados, ya cansados antes de llegar, inquietos, expectantes, arribamos a la escuela. Nos recibe una directora contenta y entusiasta que habla de embarazo con espontaneidad en el aula de los muchachos y muchachas de 9º año. Nos saludan de pie y con cantito, bue- nos- días- se- ño- res y se- ño- ras todos los alumnos y alumnas habilitados por los docentes de cada aula de la escuela.
Una escuela linda, abierta, acogedora, democrática: la escuela del pueblo. Es decir, la escuela donde todos los pequeños del pueblo y campos circundantes comparten eso que queda afuera de la vida y adentro de la escuela. Afuera, en la vida, habrá diferencias todo tipo: clases sociales, religiones, vanidades, causas judiciales en curso, casa propia o alquilada, grande o pequeña, algunas familias dueñas de los campos y otras familias empleados en ellos; propietarios de negocios y vecinos clientes. La iglesia con sus fieles y los “infieles” sin iglesia. Familias “tipo” y muchos otros tipos de familia. La pileta del pueblo, con su centro recreativo y su zona de acampe. La casa de los maestros, la directora, la serena, la cocinera, el personal de maestranza, sus hijos e hijas…
Afuera de la escuela, todos son niños, niñas, púberes con sus cotidianos; más o menos felices y hambrientos.
Adentro de la escuela todos son los alumnos y alumnas. Todos dejan de ser un poco esos niños y niñas con la vida que les tocó en suerte para ser, orgullosos, Gastón, Sergio, Eva o cualquiera de sus nombres: alumnos de la escuela y miembros de una colectividad que se llama, paradójicamente escuela - hogar.
Dentro de la escuela, sus maestros y maestras ya no son los vecinos del barrio, los parientes de sus amiguitos, sus propios familiares. Todos allí son “el maestro” o “la maestra”, señor, señora, profesor, profesora. También nosotros, todos, nos hemos transformados en “señor” o “señora” o esa desafiante nominación que lanzan con palabra y ojos penetrantes: “Maestro” …”Maestra”.
No advierto hostilidad en la comunicación, no percibo otra violencia que la violencia simbólica inherente de toda educación, no hay grises en las paredes, no hay descuido en el espacio físico, no hay tensión en el ambiente, no hay padres ni madres adentro de la escuela, la tele es encendida o apagada por los mismo niños sin “permiso” cada vez…aunque nadie atina ni solicita encenderla fuera de los momentos que todos ya conocen permitidos.
Pero tampoco hay igualdad o simetría entre adultos y niños, ni falta de exigencia para con los pequeños, ni desorden, ni demasiado alboroto. Todos conocen su lugar en el comedor, cada quien su lugar en la mesa, todos y cada uno sabe y ejecuta su tarea en el hogar igual que su tiempo de jugar, su tiempo de estudiar, su tiempo de clase, su hora de dormir, el turno para la ducha. El papel higiénico no está en los baños y hay que pedirlo a “la señora tal”…. La comida se sirve por mesa y se comparte y repite mientras haya. Los maestros comparten las mesas con los chicos y, como lo harían ellos mismos con sus propios “cachorros” pasan plato por plato de los más pequeñitos, sirviendo los platos o cortando la carne antes que ellos mismos se sienten a comer la comida que espera en la fuente.
-¡Que tengamos visitas no significa que las cosas sean diferentes!– dice la maestra encargada del turno de comedor. La visita, quizás se siente un poco incómoda, pero advierte que el anuncio evidencia la vida colectiva por detrás de lo que a simple vista podría aparentar un reto o un enojo. Aquí las cosas son así, esto somos, así vivimos todos juntos y la comunidad que se experimenta, adquiere significados comunes y compartidos. Todos nosotros, define el cada uno. Entonces, el cartel de la entrada del comedor indica los grupos y tareas asignados para el trabajo, mientras, la visita, cordialmente, intenta colaborar sin entorpecer esa comunidad.
- Los cubiertos sucios van acá señora …
- Esa basura es para la huerta, en ese tacho…
- El agua para tomar de esa canilla…
- Deje señor, deme, yo lo lavo…
Así es su vida cotidiana, esas son sus necesidades, ese es el hogar compartido pero también sostenido por esa colectividad necesariamente estructurada sobre la base de la participación de todos, según sus posibilidades y acorde a sus responsabilidades. Es el mismo hogar por donde van quedando los abrigos y camperas que a lo largo del día se van quitando y como en cualquier hogar, cualquiera los recoge y sabe de quién son.
Es el hogar que hace escuela. Es escuela que se hace un poco hogar.

Metáforas con eco
☼ “Estas desabrigada”
Estamos en el comedor, es la nochecita, antes de la cena. Los chicos y chicas ya se ducharon y con sus cabellos mojados y ropas limpias van ocupando sus lugares para la cena. Hace frío, son esos primeros días de verdadero frío de este otoño, contrastante con los 28 grados de calor de la semana anterior. Una de las chicas de 3º ciclo está sentada en la cabecera de la mesa, viste dos remeras superpuestas con pantalón de jean. Una de las maestras le señala que está desabrigada, sugiriendo que se abrigue, pero la muchacha contesta desafiante, tanto sus palabras como su gesto corporal y la expresión de su rostro lo manifiestan. La maestra insiste, dice “no me contestes así, te estamos cuidando” y la joven enseña una campera de jean que cuelga del respaldo de la silla, diciendo que ese es el abrigo… La maestra responde que con la temperatura que hay no es abrigo suficiente, además que no lo lleva puesto y agrega “la semana pasada estuviste enferma y somos nosotros que corremos después con los remedios y doctores”

☼ “¿Me da una moneda?”
Uno de los muchachitos más pequeños vive en la escuela y es de un pueblo vecino. Nos han comentado informalmente que es un niño difícil, está judicializado y dicen que cuando no está en la escuela mendiga por las calles. Nosotros lo hemos visto enredado en varias escenas de peleas, controversias, llantos, llamados de atención … también lo hemos visto tomarnos de la mano, pedirnos las cámaras para sacar fotos, sentarse upa de cuanto adulto lo reciba … y le hemos visto una hermosa sonrisa con cachetes colorados. Nos comentan que le cuesta mucho relacionarse con sus pares sin pelear y que siempre “anda atrás de los grandes”, o acude a ellos por los líos que ocasiona (¡o al revés!)

☼ “Bah, yo soy de la Maruja pero ahora estoy en Pico en un hogar de contención”
Es una bella jovencita con quien converso informalmente. Hablamos de los lugares, de dónde venimos, de General Pico. Ella festeja el comentario “Ah! Esa es mi ciudad!” y ahí hubiera quedado todo, pero agregó, sin que se lo preguntaran: bah, yo soy de La Maruja, pero tengo problemas, estoy en Pico en un hogar de contención”

☼ “Nos sorprendió que los nenes se cambiaran de equipo en el recreo”
Es la mañana final, algunos de los estudiantes van por todas las aulas para conformar los equipos que van a jugar en el “Gran Parque de Diversiones”, nuestra última actividad para toda la escuela antes de la muestra de despedida. Hay distintivos para cada equipo que los estudiantes pegan en el pecho de cada niño/a, la idea es que cada grupo de juego se componga con representantes equiparados en sexo y edades (van de jardín a 9º año y se mezclan en cada equipo) Vuelven sorprendidos porque “todo salió muy bien… los pibes son tan tranquis, todo está bien, cuánto respeto….” Pero, ya antes de iniciar el juego, cuando se juntan todos los del mismo equipo de cada grado ¡no se ven grupos muy equitativos! Parece que durante el recreo, se han cambiado los distintivos, según quién quería estar con quién!!

Ecos… cada escena es el eco del eco de pensamientos, sentimientos, emociones encontradas.
1-Yo me sentí molesta porque la maestra (una mujer muy agradable) depositaba su problema con los remedios y médicos (que en última instancia es parte de su trabajo) sobre la alumna desabrigada. Me hacía ruido el comentario… ¿la culpabiliza? ¿le pasa la boleta? Ya en mi casa, recuerdo a mi madre repitiendo “cuando vengas enfermas ¿los remedios los vas a comprar vos?” y casi como un eco, me veo repitiendo como madre “después cuando se enferman tengo que correr yo con los médicos” Y los ruidos siguen. ¿Acaso yo y mi madre no hacemos eso mismo con los hijos que cuidamos? Pero esos hijos, prosigo en mi diálogo interior, no son los hijos de esa maestra. Ella es su maestra y cumple con su trabajo. Pero, ¿acaso mi madre y yo–madre no cumplimos también nuestra función? ¿Acaso los hijos propios no son siempre (por elección, error u omisión) decisión de los propios padres y por tal razón responsables de ellos? ¿Acaso no contestan hoy día los hijos “para qué me tuviste si ahora no querés ocuparte?” … Pero, eso es una escuela, y las relaciones allí son de alumnos a docentes, no es una familia…. ¿no es una familia? ¿no es un hogar? ¿no son esos maestros un poco padres, tíos, abuelos, madres, vecinos….adultos responsables de esos niños que están creciendo bajo su tutela? ¿Acaso no dirían eso mismo a sus propios hijos? ¿Acaso debería ser de otro modo: la escuela, escuela y el hogar, hogar? Quede planteado el interrogante. No comparto esa mirada romántica que los estudiantes-pasantes sostuvieron a su regreso cuando socializaban la experiencia: chicos buenos, afectuosos, respetuosos, obedientes (pero que cambian de equipo en los recreos) siempre cuidados y queridos, que están en la escuela “mejor que en su casa” (es mito Chiquititas). Tal vez, ciertamente, estén mejor en la escuela que en su casa; tal vez no sepan bien cuál es su casa, la de los problemas en La Maruja, la del hogar de contención en Pico, o ese hogar que tienen en la escuela de lunes a viernes de cada semana. Tal vez la escuela sea el único donde pueden crecer con todos los hermanos que, fuera de la escuela están separados entre diferentes familiares y/o familias sustitutas. Tal vez, la sociedad y el estado deberían garantizar que todos los pibes puedan tener un hogar digno, con adultos que tengan trabajo y sean capaces de responder por ellos. ¿Tal vez la escuela hogar sea un modo en que el Estado garantiza ese derecho? Quede planteado el interrogante.
2- La escuela hogar de Pichi Hinca[4] me devolvió la foto (y la emoción) de la escuela que “vale”. La escuela que aún tiene sentido para los pibes, su familia, los docentes y la comunidad. La escuela para la que yo deseé hacerme “maestra”. La escuela de Pichi Huinca es “la escuela” del pueblo y todo allí gira un poco en torno a ella. El respeto que los niños y niñas manifiestan hacia los adultos, es un respeto que no se construye “personalmente”: a nosotros no nos conocían, apenas alcanzamos a vincularnos con ellos, pero desde el mismo momento que nos recibieron, se desencadenaron esa serie de rituales que hacen a la gramática escolar, que no son tal vez importantes fuera de la escuela, pero que allí operan como garantía para ese cotidiano donde se hace posible para alumnos y maestros: creer y querer creer que ese tiempo de cuidado y amparo de los más jóvenes que transcurre dentro de la escuela es imprescindible para aprender, para crecer, para querer “salir” a la vida y transitar ese futuro que espera, protegido, asegurado, garantizado en cierto modo por estos adultos que son sus maestros y esperan algo de ellos. Ese respeto que tanto llamó la atención de los estudiantes-pasantes es el respeto por el maestro, no por cada uno de nosotros. Es el respeto que en el pueblo, padres, vecinos se percibe hacia la escuela y los maestros. Es el respeto por la escuela que aún conserva su sentido de enseñanza más allá de “lo puramente instrumental: esto no, porque no sirve para la vida. Pero ¿de qué vida hablamos? De tanto adecuarnos a la realidad que nos somete a la pobreza y al desencanto, el miedo y la desesperanza se han apoderado de nosotros. Pregunto: ¿no será que estamos cansados de tanto reforzar la idea de un destino inexorable, en lugar de apasionarnos enseñando con la esperanza de que algo, a alguien, puede acontecerle?”[5]
Hay un niño que deambula mendigando por las calles de un pueblo, cuando no está en la escuela. Hay una escuela-hogar, donde ese niño encuentra sus necesidades satisfechas: adultos que se preocupan por él como niño con derechos; otros niños que junto a él participan en el sostén de la vida colectiva y sus necesidades. Hay un afuera de la escuela.
Tres días, un grupo de visitantes compartió los días de ese niño, y esa escuela. Al final, nos teníamos que ir y traspusimos el portón grande para subir al micro.
Fue entonces, cuando ya nos íbamos de la escuela, cuando estábamos afuera de la escuela que ese niño se acercó y me dijo, sin “señora” ni “maestra”, al oído y estirando su manito: ¿no tiene una moneda?

[1] Eco (sonido), repetición de un sonido producida por la reflexión del mismo en un objeto//
Eco (mitología), en la mitología griega, ninfa de la montaña. El dios supremo, Zeus, la persuadió de entretener a su mujer, Hera, con una charla incesante, para que ésta no pudiese espiarlo. Irritada, Hera le quitó a Eco el poder de hablar, dejándole sólo la facultad de repetir la sílaba final de cada palabra que oyera. Un amor no correspondido por el bello Narciso, que amaba a su propia imagen reflejada, hizo que Eco languideciera hasta que sólo quedó de ella su voz (Enciclopedia Encarta)

[2] “Porque no hay escuela, no hay educación, no hay cultura, sin la supuesta pero fecunda certeza de que las cosas pueden ser de otro modo. Y no hay escuela, ni educación ni cultura, si los pedagogos no nos esforzamos una y cada vez en que el mundo en que vivimos tome nota de esta certeza.” Estanislao Antelo, “Tarea es lo que hay” , mimeo
“La educación es el punto en que decidimos si amamos al mundo lo bastante como para asumir una responsabilidad por él, y así salvarlo de la ruina que, de no ser por la renovación, de no ser por la llegada de los nuevos y los jóvenes sería inevitable. También mediante la educación decidimos si amamos a nuestros hijos lo bastante como para no arrojarlos de nuestro mundo y librarlos a sus propios recursos, ni quitarles de las manos la oportunidad de emprender algo nuevo, algo que nosotros no imaginamos, lo bastante como prepararlos con tiempo para la tarea de renovar un mundo en común” Hanna Arendt, 1954, “La crisis de la educación” en Entre pasado y futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política. Península, 1996, pág 208
[3] Allí estábamos en una tarde fría de Pichi Huinca Pitón y yo, evaluando informalmente a nuestros alumnos, su formación y su desempeño durante esa experiencia en relación con los otros estudiantes cuando nos encontramos evocando a Malenki, el jóven y desgarbado maestro de la colonia Gorki, quien siempre tenía a mano ideas y proyectos para todos sus colonos en la epopeya pedagógica que Makarenko relata en la novela “Banderas en las Torres” A:S:Makarenko, “Banderas en las Torres” (1976) Editorial Progreso.
[4] Todo en ella: sus alumnos y alumnas; nosotros allí atentando contra su rutina; el personal de servicio; su directora fresca y con sonrisa, orgullosa de su pueblo; los maestros y maestras que entienden, conocen, justifican, abrazan y contienen a sus alumnos con todos sus problemas y miserias, pero no renuncian ni un ápice a su deseo de enseñarles y exigirles, de indicarles, ordenarles, proponerles: esperan algo de ellos! Les estoy muy agradecida!
[5] Antelo, Estanislao, op cit

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